jueves, 2 de mayo de 2013

La Aldea Maldita (1930-1942) de Florián Rey. Parte II

La versión sonora de La aldea maldita trajo consigo, aparte de los diálogos y una nueva banda sonora, una revisión de la propia historia, pues hay cosas que cambian sustancialmente, como que en este caso es Juan Castilla, el marido, el que se va a la ciudad a buscar trabajo, y aú ombre en esta ocasión no sea un mero labrador, sino un hombre con hacienda y trabajadores propios. Aparecen también otros aspectos que lanzan mensajes acordes con la dictadura, como la reconciliación familiar entre hijos y hermanos, en la figura del hermano de Juan, el folklorismo en los trajes regionales y las tradiciones festivas en el día del patrón, y un mensaje final más acorde con el nacional-catolicismo en la resolución del conflicto en el matrimonio.

Llama mucho la atención el cambio de estatus social del protagonista, pues pasa de ser un simple labrador que ingresa en prisión por agredir al cacique local, a ser un hacendado que emigra con su tropa de jornaleros a la ciudad, en este caso Salamanca, para hacer dinero durante un tiempo determinado. Este pequeño dato trastoca bastante el nudo de la historia, pues no queda clara la necesidad de la mujer de irse de la aldea y dejar atrás a su viejo suegro y a su recién nacido, lo cual hace que la idea original de la primera versión gane puntos, pues todo tiene más sentido y dramatismo. Aún así, hay escenas que se mantienen intactas y se recrean de la misma manera, en concreto algunos de los planos del reencuentro de Juan con Acacia y el problema inicial del campo. Por otro lado, en esta cinta la narrativa se desarrolla como si de un libro se tratara y hay divisiones en capítulos, comenzando por un prólogo que nos sitúa en el año 1900; tal vez esto justifica la recreación un tanto exagerada de ese folklore en tradiciones y vestuario, aunque precisamente eso a ojos de críticos y expertos es lo que estropea esta nueva versión. A mí me genera una impresión de excesivo dramatismo o teatralización que incide también en la manera de actuar, con lo cual se pierde parte de la pureza de la primera versión.

Por otro lado, la recreación de la historia de 1942 se desarrolla más entre bambalinas y hay menos escenario natural, que en este caso ha pasado a ser la provincia salmantina en lugar de la segoviana. Hay que reconocer que La aldea maldita es el relato de un problema básicamente familiar, así que las escenas en interiores son más recurrentes y ubican mejor este dato, no obstante el momento de la gran emigración de los aldeanos no pierde fuerza con el plano general de la caravana; y los decorados que se emplean son muy convincentes. Recomiendo ver las dos películas, teniendo en cuenta lo maravilloso de poder ver dos versiones de una misma película, dirigidas por un mismo director y con doce años de diferencia de grandes cambios en la sociedad española. Aunque no hubiera habido factores externos a la producción que pudieran haber modelado la versión de 1942, estoy segura de que nunca hubieran podido ser la misma película, una muda y la otra sonora.

Pasen y vean...

martes, 30 de abril de 2013

La Aldea Maldita (1930/1942) de Florián Rey


Inauguro este blog con un clásico del cine español (más bien dos): La aldea maldita del realizador Florián Rey (pseudónimo de Antonio Martínez Castillo, 1894-1962). Hay dos versiones de la misma historia, una muda de 1930 y otra sonora de 1942.
La aldea maldita, no se me vayan por los cerros del terror, nos cuenta la historia de Luján, un pueblo castellano de principios del siglo veinte que lleva tres años consecutivos de malas cosechas, y a pesar de las rogativas de sus paisanos la situación no mejora. Ante tal situación casi el pueblo entero decide emigrar a la ciudad en busca de trabajo y futuro. En este entorno se desarrolla la historia de Juan Castilla y su pequeña familia, compuesta por su viejo padre, su mujer Acacia, y el hijo de ambos. La mujer, seducida por las promesas de una amiga, abandona a su marido y a su hijo en busca de mejores condiciones de vida, y tres años más tarde, Juan se reencuentra con ella en un local de moral dispersa de la ciudad, obligándola a volver a casa con él para guardar las apariencias hasta que su padre muera. El papel del padre es crucial, pues viejo hidalgo castellano de los que afrontan cualquier penuria antes de arriesgar el honor, motiva que Juan regrese a casa con Acacia, para que éste muera con la tranquilidad de la honra intacta. Las consecuencias para la mujer serán nefastas, ya que su legítimo le impone por castigo evitar el contacto con su hijo. De este modo, cuando fallece el abuelo, Acacia sigue las instrucciones de Juan y abandona de nuevo el hogar, vagando por las tierras cercanas en estado catatónico debido a su traumática experiencia; finalmente su esposo, que todavía la estima, irá a su encuentro...

La aldea maldita de 1930 se gestó en la cabeza de Rey tras una visita a Pedraza (Segovia) donde el párroco le habló del abandono que había ido sufriendo el pueblo desde el siglo XVIII hasta entonces, pues la población había descendido drásticamente de unas 15000 personas hasta las 300 por aquellas fechas. Este hecho le impactó tanto que de vuelta a Madrid se le ocurrió esta historia.

Así nació en la cinematografía nacional una de las películas más laureadas de la etapa muda, de la que algunos incluso comparan su realización con directores coetáneos como Murnau o Eisenstein (véanse escenas como la de Acacia desplomada en su cama y la sombra que le oprime o el éxodo de los villanos rumbo a un futuro mejor). Su narrativa es de lo más sencilla, con planos de corta duración que le dan mucho dinamismo a la acción y enfoques que, aunque estáticos en su mayoría, encierran promesas de vanguardia en la manera de encuadrar la escena.

Además al no ser sonora el poder de transmisión visual destaca en diversas simbologías, como es el cristianismo y el orgullo castellano, aspectos que completan el mensaje de la historia. Las alusiones religiosas son patentes desde los encuadres con cruces o figuras de santos en planos destacados, y hasta escenas con composiciones propias de la Historia Sagrada (más patente en la segunda versión); pero llama poderosamente la atención el asunto del honor, que ya de entrada representa el viejo padre de Juan, ciego y con un discurso que gira siempre en torno a los valores tradicionales, ¿no es acaso esa ceguera representativa de esos valores trasnochados? porque la problemática de esta cinta, el ultraje que comete Acacia, se ve acentuado por esa fidelidad a unas creencias que no deberían pisotear sentimientos más nobles como el amor o el perdón. Es este problema de orgullo y deshonor el que trasciende en la historia de La aldea maldita porque esa misma aldea, con sus casas nobles construídas en piedra pero ya desfasadas, abandonadas en busca de un porvenir menos severo, representan esos valores que no deben olvidarse ni dejarse morir, pero que en ocasiones han de pasar a un segundo plano en pro de otros más útiles y provechosos. Por eso creo que el título y la propia aldea, es decir la escenografía, es también simbólica a la hora de redondear y esclarecer lo que se pretende transmitir con esta historia.

Y quisiera detenerme en el tema de la escenografía. La aldea maldita de 1930 se rodó en el mismo lugar que inspiró su historia: Pedraza (Segovia), así como en otras localidades segovianas como Ayllón, Sepúlveda y la propia capital segoviana, siendo las escenas que recrean la urbe y sus modernidades el Madrid de los años veinte. Creo que es significativo que el mismo lugar que inspiró La aldea maldita sea en el que se ruede la historia, porque creo que a menudo nos planteamos cuestiones acerca de los lugares de rodaje: por qué se escogen unos y otros no, si merece la pena grandes desplazamientos de equipo de rodaje para escasos minutos de metraje, cómo, mediante la fusión de diferentes escenarios, se logra dar más realismo o dramatismo a una película, cómo, a veces, esas recreaciones escenográficas resultan fallidas o poco convenientes, el empleo de patrimonio monumental y natural en esas ficciones... En el caso de La aldea maldita, no hay duda de por qué Florian Rey rodó en Pedraza, aunque hay otra curiosidad, y es que desde entonces la villa de Pedraza ha acogido un sinfín de rodajes de toda índole (series, películas, anuncios) debido a su belleza natural y monumental, así como a su cercanía con Madrid. A mí personalmente la parte escenográfica de las películas siempre me ha llamado la atención, así que cuando veo una película intento ver más allá, dándole importancia a los lugares que se escogen para recrear esas historias, ya que los considero una parte crucial en el desarrollo de la ficción (y de unas más que de otras, por ejemplo en las de ambientación histórica).

Volviendo al sujeto de este post, La aldea maldita (1930) a pesar de no llegar a la hora de duración, me ha parecido una historia muy intensa a la par que sencilla, y me ha gustado. Después de todas las películas que llevo vistas en mi vida, cada vez que veo una película muda es algo novedoso, diferente y sobrecogedor, pues cada día estamos menos acostumbrados a tener que conformarnos sólo con un lenguaje visual, en mi opinión he ahí lo genuino del asunto.
Creo que la crónica para La aldea maldita (1942) la dejaré para otra entrada, puesto que ésta ya se ha alargado bastante.